La Sala de Ámbar
Federico Guillermo I, rey de Prusia , regaló el cuarto a Pedro el Grande de Rusia que lo instaló en un palacio cerca de San Petesburgo |
Federico Guillermo I, Rey Soldado de Prusia e hijo de Federico I, regaló el cuarto al Zar
Pedro el Grande de Rusia que lo instaló en el Palacio de Zarskoje Zelo, cerca de San
Petesburgo. La familia imperial rusa cuidó y amplió aquello, que a juicio de muchos expertos,
fue la más preciosa joya del barroco y rococó. Para ilustrar el valor de la sala, valga señalar
que las partes que no estaban recubiertas de ámbar lucían mármoles finos, ónix o pan de
oro.
Siglos después, en 1941, las tropas nazis llegaron hasta las puertas de San Petesburgo y,
en un acto de barbarie moderna, empacaron las placas que cubrían las paredes del cuarto
y las transportaron nuevamente a Königsberg. En 1944, ante el avance de las tropas
soviéticas se decidió transportar las cajas hacia algún punto más occidental en Alemania,
probablemente cerca de Fráncfort y es justamente en ese transporte que se pierde la huella
de la Sala de Ámbar, pues no se sabe si fue llevada en un barco que se hundió, en un tren
que fue bombardeado o si incluso se quemó en Königsberg antes de ser transportado.
A partir de ese instante y hasta hace pocos meses no se volvió a saber nada concreto de las
placas de ámbar. Durante más de 50 años este tesoro estuvo cubierto de un impenetrable
manto de misterio alimentado por las más contradictorias versiones de soldados (alemanes
y rusos) y de los variados indicios seguidos con tanto afán por los buscadores de tesoros.
En la labor de búsqueda se mezclaron soñadores, amantes del arte e incluso los servicios
secretos de Alemania Oriental y la Unión Soviética.
Pero volviendo al pasado, en 1945 los soviéticos entraron en Berlín y, en otro acto de
barbarie, se llevaron varias obras de los museos berlineses, entre ellos el Tesoro de Príamo,
una colección de joyas troyanas entre las que estaban 3.000 anillos de la época de Elena
y Aquiles. Este robo se mantuvo en secreto hasta 1993 cuando Boris Yeltsin reveló que el
Tesoro descansaba en los sótanos de un museo en Moscú.
A pesar de que los tratados firmados por Alemania y la Unión Soviética después de la
Guerra garantizan la devolución de toda obra de arte a su dueño original, el parlamento ruso
declaró en mayo de este año que el Tesoro de Príamo era propiedad del Estado. Entonces,
sorpresivamente, aparecieron en Alemania primero un mosaico y luego una cómoda de la
Sala de Ámbar. Fríamente visto, este hallazgo reabrió la posibilidad de encontrar la sala
original (si aun existe) y dio al gobierno alemán dos invalorables cartas para recuperar las
obras robadas por los rusos.
Para otros el hallazgo tuvo una connotación triste, pues al igual que un ídolo dorado que
pierde algo de su oro cada vez que lo tocamos, el misterio de la Sala de Ámbar perdió, con
estos últimos hallazgos, un poco de su misterio.
Vicente Albornoz G